El puchero de Don Quijote se ha llenado poco a poco, y se ha puesto a fuego lento en el fogón, con la gastronomía descrita por Miguel Cervantes en El Quijote, correspondiente a tres castas o clases sociales, nobles, ricos y altos dignatarios eclesiásticos; hidalgos y clérigos medios; y pobres; con viejas y tradicionales recetas de La Mancha, algunas muy antiguas y primitivas a punto de desaparecer, como los boniches de San Martín de Boniches, o almortas-boniches; y con una amplia bibliografía comentada y deshuesada sobre La Mancha, donde se pone en duda que el afamado August Jaccaci, autor fantasma, estuviera alguna en su vida en los lugares quijotescos que dijo visitar y describe en su libro El camino de don Quijote.

Entre las recetas más antiguas y tradicionales que se incluyen en este puchero, entre los rescoldos del fogón: los galianos de pastor, normalmente confundidos con las migas; la alboronía o guiso de berenjenas, del Valle de la Alcudia; la vinagreta de pepino, de San Clemente (Cuenca); la Torta de chicharretas, propia de la matanza; los migotes de San Martín de Boniche; el borracho miguelete, popular dulce; o la elaboración artesanal del arrope, a partir del mosto.

La obra se acompaña de dos artículos, dedicados dos lugares cervantinos míticos: Esquivias, en los actuales límites de Madrid y Toledo, pueblo donde se casó y vivió un tiempo Miguel Cervantes con su joven esposa Catalina de Salazar, de familia hidalga, lugar donde pudo inspirarse en parte para describir a don Alonso Quijano y escribir El Quijote; y El Toboso, de la sin par Dulcinea, el pueblo más citado y referenciado de La Mancha, un espacio físico y anímico con identidad propia.