Llevo unos días pensando en escribir una historia, una historia con un protagonista que a veces sólo existe en mi imaginación y otras se materializa. El personaje real conduce a una historia confusa, llena de huecos y contradicciones; el imaginado me lleva al ensueño.

El escenario es una prisión donde emergen deseos, sentimientos y necesidades que, a través de mí, conectan con el mundo exterior. Dejo de ser entonces una mera espectadora que contempla con indolencia el monótono discurrir del día a día donde los rostros carecen de identidad, para participar con expectación en las escenas de la vida de mi personaje medio ficticio medio real.