La adultez en ocasiones exige la recuperación del sabor de una infancia perdida, mas no olvidada, así como lo hace Agustín Yáñez, teniendo como escenario los barrios de una antigua ciudad de provincia, aquella en la que todos los niños se reconocen a través de los juegos, de los amigos de aventuras y con suerte de los primeros amores. Los capítulos de Yáñez se entretejen como un ramillete de juegos y canciones que tenían lugar en las calles de un México rural que también se atrevía a ser urbano y que ahora, en gran medida, se ha ido, y al cual sólo podemos regresar a través de la nostálgica lectura de Flor de juegos antiguos, en donde se reafirma la estancia y abandono del país llamado infancia, uno cada día más lejano y cada día más próximo.