Samuel Beckett decía: «Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor», y esta idea se acopla a la perfección a esta extraordinaria historia de Juan Antonio Ruiz "Espartaco", el hombre que luchó contra todos los fantasmas del fracaso (que desde sus inicios arañaron en lo más profundo de sus entrañas) hasta que logró sobreponerse, una y otra vez, y consiguió su objetivo: hacerse torero, hacerse leyenda.
Con apenas once años, y para tener contento a su padre de cierta forma, se inició en el mundo de los toros sin mucha convicción al principio, hasta que el arte lo enamoró y se propuso triunfar en una profesión que él no había escogido, aunque fueran muchas las circunstancias adversas que le salieran al paso.
Solo una vez, poco antes de consagrarse en el oficio, acuciado por las necesidades que lo rodeaban y a su familia, llegaría el momento en el que parecía imposible continuar. No conseguía despegar. Corrida tras corrida, el público le miraba con simpatía, pero nadie le quería reconocer méritos mayores. Le negaban la condición de ídolo.
Un día. Otro. Un año... Nada. No había recompensa para sus esfuerzos; sus sacrificios resultaban inútiles... Abandonar, dejarlo parecía lo más lógico. No merecía la pena seguir, pero, no se lo podía permitir: tenía que buscarse la vida de otra manera para «ayudar a su gente». Y a punto estuvo de renunciar, de tirar la toalla.
Hasta que algo pasó. Un momento épico que lo impulsó a seguir adelante. Y ganó: pasó de la nada al todo. Se convirtió en el ídolo que por poco no sería.