Somos seres sociales. El hombre que vive solo o es más que hombre o es menos que hombre, decían los filósofos de la Grecia clásica. Adam Smith nos descubrió, siglos más tarde, un mercado donde la racionalidad y el egoísmo rigen la actividad económica. Cada uno de nosotros busca obtener un beneficio de sus acciones. Pero nuestra identidad personal sólo se puede conformar mediante los procesos de socialización que nos inscriben en la multitud de grupos y colectivos en los que crecemos y desarrollamos. Nuestras decisiones personales tendrán consecuencias grupales. Y si la Teoría Económica clásica se siente a gusto en un espacio en el que los ejes coordenados son el interés particular y el egoísmo, la Teoría de la Elección Social nos hace ver que ese espacio es un mundo ideal; que la realidad necesita de conceptos más solidarios; que debemos identificar las necesidades comunes porque hay un bien común, una función de bienestar social, que requiere de un tercer eje por el que se mueva la justicia y la equidad para superar, así, el mundo plano del mercado y adentrarnos en el mundo tridimensional en el que nuestra existencia deviene realmente humana.