El hilo narrativo de
Toda la lluvia, primera novela de Ignacio Rodríguez Alemparte, se conduce desde dos puntos de vista: el relato personal del europeo (narrado en primera persona) y el de la joven Aisha (en tercera persona) amparada provisionalmente, junto con su familia, en la fronteriza ciudad de Danané.
A través de la descripción de los paisajes, los ambientes y los avatares de un trabajo tan duro en una cultura tan diferente, el narrador protagonista, sin perder el sentido del humor, va destilando una sutil crítica a la visión general que los países ricos tienen sobre el tercer mundo, así como al falso romanticismo de la cooperación internacional y a la hipocresía de las grandes organizaciones mundiales y su pretendida lucha contra la pobreza.