Agustín Fernández Mallo deconstruye, a través de su inconfundible y plástica prosa poética, la ruptura de una pareja.
«Recluido en un hotel de una isla mediterránea, el hombre recuerda los avatares de aquel amor. Se despliega, así, un abanico de fotografías verbales, que se engarzan en las páginas como cuentas en el hilo de la memoria.»
Eduardo Moga
Un gin con limón. Una habitación de hotel. Una isla mediterránea. Un tipo al que su chica ha abandonado creyendo que una casa no agota todos los mapas. Y un monigote atornillado a la puerta del lavabo que no deja de hablar y que, en su largo monólogo existencial, aúna literatura, la belleza del caos que se extiende ante la ausencia infinita, con ciencia, la fría rigurosidad carnívora del número exacto, del azar entendido como obra de arte que se decapita a sí misma a cada instante.
Agustín Fernández Mallo deconstruye, a través de su inconfundible y plástica prosa poética, la ruptura de una pareja, arrojando puñados de polaroids verbales ante el lector, asomándose al abismo del terrorífico, por simple, por vacío, mundo real. Un universo cuyos límites están definidos por el lenguaje, como dejó claro el filósofo Ludwig Wittgenstein, cuyo Tractatus homenajea, desde el título, este deliciosamente crudo texto: las palabras son armas que, al dispararse, dibujan la frontera entre lo que existe y lo que no existe porque simplemente no puede nombrarse. Brillante reflexión (físico) metalingüística sobre lo paradójico de la existencia.