En el Episodio anterior, el titulado Napoleón en Chamartín, la historia que habíamos llamado militar había quedado relegado a un segundo plano, un tanto borroso para el lector; en el Episodio titulado Zaragoza, la historia, la única posible, llena todo el libro. El autor, sin embargo, no olvida que también escribe una novela, y logrará engarzar con gran aventura de la ciudad otra aventura, más pequeña, más personal, más íntima, aunque no menos heroica. Gabriel, prisionero de los franceses y camino de Francia, se ha escapado y llegado a Zaragoza, que se prepara para resistir el segundo asedio de los invasores; protegido por el patriota zaragozano José Montoria, traba amistad con el hijo del mismo, Agustín, y se alista voluntario para defender la ciudad. A partir de este momento podemos decir que Gabriel pierde toda personalidad, para fundirse con o en una personalidad más grande, la colectiva, la de la ciudad. Pérez Galdós refiere el sitio de Zaragoza casi día por día, que es lo mismo que decir calle por calle, casa por casa. La historia de este asedio, de esta larga batalla, es tan extraordinaria, tan fuera de la común, que el novelista no tiene por qué anovelarla: le basta seleccionar, entre el enorme caudal de datos históricos, los que a su parecer son más significativos. La novela se convierte asi en epopeya, sin héroe protagonista, porque todos son protagonistas; sin héroe representativo, porque la ciudad se representa entera; sin héroe simbólico, porque para nada se necesita un símbolo cuando el realismo, quizá el más simple, puede dar cuenta con toda amplitud de la inusitada y herioca aventura de Zaragoza.